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CONOCIENDO
LA TIERRA DE PABLITO NERUDA
Amor AméricaAntes de la peluca y la casaca
fueron los ríos, ríos arteriales;
fueron las cordilleras, en cuya onda raída
el cóndor o la nieve parecían inmóviles;
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todavía, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, párpado
del barro trémulo, forma de la arcilla;
fue cántaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o sílice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuñadura
de su arma de cristal humedecida,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas después: el viento
las olvidó, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdió la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cayó una gota roja en la espesura,
y se apagó una lámpara de tierra.
Yo estoy aquí para contar la historia.
Desde la paz del búfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antártica,
y por las madrigueras despeñadas
de la sombría paz venezolana,
te busqué, padre mío,
joven guerrero de tiniebla y cobre,
o tú, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimán, metálica paloma.
Yo, incásico del légamo,
toqué la piedra y dije:
Quién
me espera? Y apreté la mano
sobre un puñado de cristal vacío.
Pero anduve entre flores zapotecas,
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un párpado verde.
Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.
La frontera
Lo primero que vi fueron
árboles, barrancas
decoradas con flore de salvaje hermosura,
húmedo territorio, bosques que se incendiaban,
y el invierno detrás del mundo desbordado.
Mi infancia son zapatos mojados, troncos rotos
caídos en la selva, devorados por lianas
y escarabajos, dulces días sobre la avena,
y la barba dorada de mi padre saliendo
hacia la majestad de los ferrocarriles.
Frente a mi casa el agua austral cavaba
hondas derrotas, ciénagas de arcillas enlutadas,
que en el verano eran atmósfera amarilla
por donde las carretas crujían y lloraban,
embarazadas con nueve meses de trigo.
Rápido sol del Sur:
rastrojos, humaredas
en caminos de tierras escarlatas, riberas
de ríos de redondo linaje, corrales y potreros
en que reverberaba la miel del mediodía.
El mundo polvoriento entraba grado a grado
en los galpones, entre barricas y cordeles,
a bodegas cargadas con el resumen rojo
del avellano, todos los párpados del bosque.
Me pareció ascender en el tórrido traje
del verano, con las máquinas trilladoras,
por las cuestas, en la tierra barnizada de boldos,
erguida entre los robles, indeleble,
pegándose en las ruedas como carne aplastada.
Mi infancia recorrió las estaciones: entre
los rieles, los castillos de madera reciente,
la casa sin ciudad, apenas protegida
por reses y manzanos de perfume indecible,
fui yo, delgado niño cuya pálida forma
se impregnaba de bosques vacíos y bodegas.
La casa
Mi casa, las paredes cuya madera fresca,
recién cortada, huele aún: destartalada
casa de la frontera, que crujía
a cada paso, y silbaba con el viento de guerra
del tiempo austral, haciéndose elemento
de tempestad, ave desconocida
bajo cuyas heladas plumas creció mi canto.
Vi sombras, rostros que como plantas
en torno a mis raíces crecieron, deudos
que cantaban tonadas a la sombra de un árbol
y disparaban entre los caballos mojados,
mujeres escondidas en la sombra
que dejaban las torres masculinas,
galopes que azotaban la luz,
enrarecidas
noches de cólera, perros que ladraban.
Mi padre, con el alba oscura
de la tierra, hacia qué perdidos archipiélagos
en sus trenes que aullaban se deslizó?
Más tarde amé el olor del carbón en el humo,
los aceites, los ejes de precisión helada,
y el grave tren cruzando el invierno extendido
sobre la tierra, como una oruga orgullosa.
De pronto trepidaron las puertas.
Es mi padre.
Lo rodean los centuriones del camino:
ferroviarios envueltos en sus mantas mojadas,
el vapor y la lluvia con ellos revistieron
la casa, el comedor se llenó de relatos
enronquecidos, los vasos se vertieron,
y hasta mí, de los seres, como una separada
barrera, en que vivían los dolores,
llegaron las congojas, las ceñudas
cicatrices, los hombres sin dinero,
la garra mineral de la pobreza.
Pablito Neruda pone un especial empeño en
hacernos conocer su tierra, toda agua, húmeda, ancestral, olvidada y
fría, la de su Temuco chileno. En su libro: “Confieso que he vivido” narra cómo
la mayor parte del tiempo estaba lloviendo, y hace frío; describe el verdor y
exhuberancia del campo, el pueblo y los caminos y la larga garganta del
ferrocarril donde su padre laboraba y se ausentaba largas temporadas, el
mineral de humo y de carbón a que olían los hombres, las mujeres y las
máquinas:
y el invierno detrás del mundo desbordado.
Mi infancia son zapatos mojados, …”
La América milenial y antigua tampoco escapa a la
liturgia de sus poemas:
fueron los ríos, ríos arteriales;
fueron las cordilleras, …”
Antes de que cualquier hombre recorriera por vez
primera la femenina espalda árida, celestial o verde del continente… :
del barro trémulo, …”
Y es interesante cómo el poeta afirma sujetándose
en el tiempo: “Yo estoy aquí para contar la historia.”
Sin orgullo alguno, solo un poco de amor por este
suelo desenfrenado y magmático.
…Y al fin, el recuerdo del fornido padre que
amaba, obrero incógnito entre tantos otros hombros incógnitos, y como telón de
fondo el agua con que llueve la pobreza. Sus libros: “Canto General”, “Confieso
que he vivido”, “Memorial de Isla Negra”, y otros dan cuenta del amor por su
tierra (sea Chile, sea España, sea Bangkok…) cual el amor por su tierra de los
propios indios araucanos. Un araucano más con raíces y solsticios e inviernos,
ferrocarriles y dedos… Por todo esto conocemos la tierra en que embarró sus
poemas a través de sus ojos…
- “...y me inclino a tu
boca para besar la tierra.”; “En ti la tierra”, Pablo Neruda (Del libro “Los
versos el capitán”)
Para CONOCER A DIOS solo
es necesario llegar a ser como un niño, todo niño le cree a su padre, solo
creer…
………………………………….La Biblia dice:……………………………………
Jesús dijo: “Pero si no creéis a sus escritos (la
Palabra de Dios), ¿cómo creeréis a mis palabras?”
-Jn. 5.47
-Jn. 5.47
Sin desmerecer cualquier otro deporte pues todos
tienen su propio valor, amor y aplicación práctica, el ciclismo de montaña les
lleva las de ganar en el sentido de conocer y apreciar muchos lugares hermosos,
sitios a los que no se puede acceder de otro modo, si bien la caminata puede
lograrlo o el motociclismo, mas el primero no alcanza para recorridos tan
grandes (hasta 100-150 km./día) y el segundo no siempre te puede llevar a todas
partes cuando con la bicicleta si se puede hacerlo, cargarla al subir una pendiente
pronunciada o una quebrada, por ejemplo.
Pasando el Rio Chico, entrando por Chirijos, Manabí.
Puedo mencionar algunos sitios en especial: el
páramo y los bosques del Padre Encantado (pico entre el Guagua y el Rucu
Pichincha); el “camino” (olvidado por Dios y por los hombres) del nudo de
Mojanda Cajas para salir de San José de Minas a Otavalo, una de mis experiencias
más duras por lo lejano y la larga trepada desde Perucho; los túneles y el
sendero de las tomas de agua detrás del Rucu; la ‘carretera” detrás del
Pululahua (lado norte) desde Nieblí hasta volver a salir a San Antonio (zona de
antiguo “criadero de negros” en la época de la colonia esclavista), otra ruta
muy dura pero sumamente hermosa y cálida. Lo que quiero decir es que a no ser
que se esfuerce por llegar a una meta determinada, y con el gusto por hacerlo,
no se puede alcanzar a encontrar sitios y situaciones tan lindas como la
disfrutamos quienes practicamos este deporte. En cierta ocasión, en la vuelta a
Santo Domingo, llevamos lo que mejor pudimos de alimentos para el viaje
pensando que incluso nos haría falta por el esfuerzo, pero no pasamos hambre en
lo más mínimo, muchos llevaron y
compartieron todo lo que pudieron: galletas, caramelos de todo tipo, agua,
suspiros y masmelos, dulces de guayaba y manjar de leche, chocolates y pasas,
mandarinas o naranjas o claudias, y yo llevé también unas funditas de mote con
hornado y galletas de dulce; en suma, nadie pudo quejarse de haber sufrido
hambre. Pero, lo más lindo que nos ocurrió fue cuando un señor cargando en su
moto, y a su regreso de una de las pocas poblaciones que pasamos entre las
montañas (ruta Quito - Chiriboga - Santo Domingo), nos fue vendiendo helados,
¡sí!, lo que oyen, helados de todo tipo (vasitos, paletas, de guineo,
sánduches), lo que quisiéramos!, y por supuesto que nadie se hubiera imaginado
al inicio del viaje que acabaríamos comiendo tan bien en una zona tan olvidada
y lejana, en plena cordillera occidental, con lo mejor, con lo que a todos nos
gusta tanto y que nadie se hubiera imaginado que hallaríamos en semejante sitio,
ni de broma: ¡deliciosos e inolvidables helados!
La bici es una verdadera compañera y con ella y
por ella se llegan a hacer recorridos cada vez más audaces y arriesgados, pero
aún mejor que eso es poder conocer gente, lugares, animalitos y plantas que a
no ser por el ciclismo de montaña nunca se llegaría a disfrutar y compartir con
quienes se ama, y con tanta emoción contenida, ni con tantas ganas. Es hermoso
ver la silueta de las montañas y como cada una lleva un azul muy distinto
mientras se pierde en la lejanía, las nubes que corren debajo de ellas como un
edredón de plumas de cisne o grulla blancas, el sol que pasa conforme pasan las
horas como un compañero fiable, y las aves que trinan como campanas de viento
entre las encrucijadas o las cañadas. Muchos sitios así no se puede conocer de
otra forma o con larguísimas caminatas.
Del mismo modo sucede con las promesas de la
provisión de Dios para nuestras vidas, en las que hay que decidirse hacer
algunas cosas, primero, renunciar a todo lo que hemos aprendido desde la
escuela hasta donde nos encontramos y no ser orgulloso en ello, muchos no
aceptan el evangelio solo por el hecho de que no pueden aceptar algo distinto a
lo que “ya conocen” y Dios no puede actuar en una vida que no se entregue por
completo a él. Segundo, aceptar e Jesucristo como Señor y Salvador de su
vida, no solo como Salvador que es lo que más les interesa a muchos sino
también como Señor, esto es, que nada de lo que haga, piense, tome, deje,
escriba, coma, camine, trabaje, duerma… esté fuera de su voluntad y sus propósitos
día con día en su vida, y este es el punto que no le gusta a la gente entender.
Por ello, se pierden las bendiciones y las promesas de la Biblia en un vano
sentido de libertad que quieren defender y que, en realidad, nadie tiene en sí.
No pueden comprender muchas cosas ni anhelarlas,
no saben qué sucede alrededor, no entienden la paz que Dios nos da a pesar de
los tiempos tan difíciles que afrontamos, y todo esto del mismo modo en que,
como ciclista de montaña, experimentamos los más singulares paisajes y rincones
de la tierra “solo yendo allá, buscando la experiencia” que una fotografía, por
más bonita y espectacular que fuera, nunca nos puede entregar en el mullido
sillón de nuestra casa.
Todo hombre que no conoce a Dios solo tiene una
fotografía (del mundo actual), nunca llegará al Reino de Dios a no ser cuando
comience a entregarse a él por completo.
“Pero Jesús dijo: Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos.” -Mt. 19.14
Es necesario llegar a ser como un niño, todo niño
le cree a su padre, solo creer…
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