06/03/09
(El siguiente mensaje quiero ponerlo íntegro entre mis escritos, no
añado nada a ello ni le quito nada, representa de manera maravillosa lo que
Cristo Jesús ha hecho por cada uno de quienes lo han aceptado como su Señor y
su Salvador: Señor porque él es el Hijo, el Creador de todas las cosas antes
de la fundación del mundo junto a Dios Padre, y Salvador, por la obra de
redención (o salvación) que llevó a cabo en la cruz del calvario, anulando la
deuda de nuestros pecados para siempre. ¡A él sean todo honor y toda gloria,
por todos los siglos! ¡Amén!)
Un colono europeo llegó con su familia a poblar
el antiguo oeste norteamericano. Su esposa murió cuando la menor de sus dos
hijas tenía apenas un año, así que la mayor lo ayudó a cuidar con sumo cariño
a la hermanita. La pequeña era el orgullo de su padre. Era una criatura
hermosísima, de cabello rubio y de ojos azules como el cielo.
Cerca del colono había una tribu indígena que
tenía por cacique a un poderoso guerrero llamado Serpiente Rastrera. Éste
odiaba a los blancos debido a que había sido objeto de su prejuicio racial.
Una tarde, cuando el colono regresó a la casa de su trabajo en el campo, su
hija mayor salió a su encuentro, deshecha en llanto. El cacique Serpiente
Rastrera había llegado con algunos de sus hombres y había secuestrado a la
pequeña rubia, que ya tenía cinco años de edad.
Pasaron catorce largos años en que el
desconsolado padre buscó en vano a su hija, hasta que un día un viajero le
contó que había visto a una muchacha rubia que formaba parte de una tribu
indígena en una comarca cercana. El colono vendió su hacienda y, con el
dinero de la venta, que representaba toda su fortuna, fue en busca de Serpiente
Rastrera a fin de comprar a su hija. Cuando volvió a verla, su hija ya era
una hermosa señorita rubia de diecinueve años como él se la imaginaba, pero
que vestía, hablaba y se conducía como las otras mujeres de la tribu.
Serpiente Rastrera quería a la joven, pero
también quería el dinero del rescate. Así que le propuso al colono que la
muchacha fuera a vivir con él durante un mes, y que al cabo del mes ella
decidiera con quién se quedaba. El padre accedió e hicieron el trato.
La pobre muchacha, convencida de que el hombre
blanco que se hacía pasar por su padre la había secuestrado, se negó a
comunicarse con él desde el principio del mes de prueba. El colono y su hija
mayor hicieron todo lo posible por hacerle recordar su vida pasada, pero
cuanto más se esforzaban, más inútiles parecían sus esfuerzos por ganar su
confianza.
Cerca del fin del plazo acordado, mientras la
hija mayor, sin pensarlo, cantaba una de las melodías con la que años atrás
arrullaba a su hermanita, ésta reaccionó y comenzó a recordar su pasado.
Corrió a los brazos de su hermana y de su padre, y lloró de felicidad al
comprender lo sucedido. Este era su verdadero padre, que estaba dispuesto a
pagar el precio de su rescate, por más alto que fuera.
Así como a la joven rubia de esta historia, a
nosotros también nos ha secuestrado alguien llamado Serpiente. Se trata de
«Serpiente Antigua», más conocido como Diablo y Satanás.1 Pero
Dios nuestro Padre celestial, que nos ha estado buscando al igual que el
colono, ya pagó el precio de nuestro rescate con la sangre de su Hijo
Jesucristo. Ahora sólo nos queda decidir si hemos de vivir con Él o de volver
a vivir con Serpiente Antigua. Más vale que reaccionemos ante esta bella
melodía de redención, y corramos a los brazos de nuestro verdadero Padre, nuestro
Padre celestial.
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