¡Mi Salvador! 2)

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24/12/10 06:36




“Que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor¨. 
-Lucas. 2.11


[Creo que en ca­sa más tu­vi­mos ga­tos an­tes que otra mas­co­ta (in­clu­so lle­ga­ron a ha­ber has­ta 15 lin­dos mi­ni­nos ron­dan­do por to­das las ha­bi­ta­cio­nes y ha­cien­do de las su­yas co­mo so­lo ellos lo sue­len ha­cer), y no es que a mí me agra­da­ran tan­to, an­tes bien, fue por cau­sa de mi pa­pi y mi her­ma­na me­nor que los so­por­ta­ba. Con to­do, fue en los pe­rros que lle­ga­mos a criar en los que ob­ser­vé una no­ble­za que pue­do de­cir anu­la no­ble­za al­gu­na de al­gu­na per­so­na. Y es­ta es la pau­ta de la his­to­ria que quie­ro con­tar­les.

Uno de ellos en es­pe­cial me ha lle­ga­do a la me­mo­ria, tan­to así que ca­si ya me ha­bía ol­vi­da­do. Ni si­quie­ra re­cuer­do el nom­bre de cons­te­la­ción o nu­be que tu­vo. Era gris, con una que otra man­chi­ta blan­qui­ta en la ca­be­za y al­go en el res­to del cuer­po. Un gris par­ti­cu­lar que bien ten­día ha­cia un azul li­ge­ro e in­si­nua­do. Lo tu­vi­mos des­de pe­que­ño, ad­qui­ri­do en el mer­ca­do de San Ro­que co­mo otros tan­tos pe­rri­llos sin eti­que­ta que abra­za­mos en la in­fan­cia.

Corazoncillos rodados como naranjas.

Cre­ció co­mo to­do ca­cho­rri­to cre­ce y lle­gó a ser al­go gran­de, si más no re­cuer­do, de al­re­de­dor de 70 cm. de al­za­da. Gran­de pa­ra no­so­tros que lo veía­mos ca­si ca­si co­mo un buen po­ni de los cuen­tos de ha­das, un uni­cor­nio si­de­ral en nues­tros jue­gos de an­ta­ño, un dro­me­da­rio del sep­ten­trión don­de las es­tre­llas guían con ter­nu­ra to­dos los bar­cos.

Vo­la­ba, co­rría con él, sal­ta­ba y ro­da­ba por el pas­to del jar­dín en­tre sus ru­das pa­tas de ba­rro. Era un pa­ya­so de acuer­do a las cir­cuns­tan­cias: un bu­fón es­car­la­ta y real a ve­ces, un bu­fón pa­ra gi­ta­nos si lle­ga­ba ya la tar­de y la no­che nu­bla­da. En fin, fue un buen com­pa­ñe­ro de jue­gos a pe­sar de su ru­de­za y pa­ra el buen gru­po de mu­cha­chos que vi­vía­mos en el ba­rrio.

Lle­ga­do un buen día co­men­zó a re­traer­se, se en­si­mis­ma­ba ca­da vez más y más y per­ma­ne­cía es­con­di­do en su ca­si­ta de ma­de­ra sin sa­lir pa­ra na­da (creo que ni de no­che lo ha­cía); lle­gó a ha­cer­se tan in­vi­si­ble en ca­sa y tan ale­ja­do de no­so­tros, que por ese tiem­po in­clu­so pen­sé que él ha­bía si­do no más que un sue­ño, una fan­tás­ti­ca aven­tu­ra de Pe­ter Pan o Bam­bi que ya ha­bía lle­ga­do a ver en el ci­ne. Has­ta que nos en­te­ra­mos que ha­bía es­ta­do en­fer­man­do ca­da vez más y ya sin re­me­dio al­gu­no, y mi pa­pi nun­ca fue pre­ci­sa­men­te una per­so­na que hi­cie­ra gas­tos en un ve­te­ri­na­rio o en la bo­ti­ca de la es­qui­na por un pe­rri­llo o un ga­to.

Cuan­do la pri­me­ra ba­la per­fo­ró su cra­neo re­cor­dé de nue­vo su mi­ra­da de bu­fón es­car­la­ta, esa mi­ra­di­ta de ami­go fiel, mi Su­per­mán ca­ni­no con quien yo vo­la­ba. Has­ta en ese su­pre­mo ins­tan­te de su muer­te no de­jó de re­co­no­cer­me a pe­sar de sus ojos per­di­dos y le­ja­nos con que la en­fer­me­dad lo cer­ce­na­ría pa­ra siem­pre de nues­tra in­fan­cia.

A la se­gun­da ba­la to­da­vía se man­tu­vo en pie du­ran­te un li­ge­ro ins­tan­te que se nos hi­zo in­men­so y, a la ter­ce­ra, ca­yó muer­to.
Mi uni­cor­nio, li­ge­ra­men­te azul..., se ha­bía ido.

Más tar­de nos en­te­ra­mos de la ex­traor­di­na­ria "no­ble­za de su co­la con ro­cío (1)" pues ha­bía muer­to con un fuerte mo­qui­llo y, a pe­sar de que con que esa en­fer­me­dad los pe­rros de­jan de re­co­no­cer a sus amos y son ca­pa­ces de mor­der y ata­car a quien se les atra­vie­se, y mien­tras más les afec­ta la mis­ma se vuel­ven más agre­si­vos y pe­li­gro­sos, él no; pre­fi­rió, de al­gu­na for­ma en que so­lo el Crea­dor pue­de sa­ber­lo, es­con­der­se, re­traer­se en sí mis­mo en su ca­si­ta de ma­de­ra me­nu­da y has­ta el úl­ti­mo ins­tan­te, tam­ba­lean­te ya, sin cor­di­na­ción al­gu­na, y tem­blan­do, con abun­dan­te es­pu­ma en su bo­ca y con­te­nien­do con de­ter­mi­na­ción el col­mi­llo que bien nos pu­do ser fa­tal, no de­jar de re­co­no­cer­nos.





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"Es­cu­dri­ñad las es­cri­tu­ras; por­que a vo­so­tros os pa­re­ce que en ellas te­néis la vi­da eter­na; y ellas son las que dan tes­ti­mo­nio de mí". -Juan 5.39


¿Qué bus­cas tú al mi­rar a la cruz mien­tras es­ta pen­de cual re­ful­gen­te fa­ro fren­te a la ba­hía di­vi­na de la eter­ni­dad? ¿A quién acu­des en tu ne­ce­si­dad, en los res­qui­cios de tus pro­pias lá­gri­mas, ba­jo la in­cer­tidum­bre de unos días sin ex­pli­ca­ción?

Los si­guien­tes te­mas bus­can ha­llar a aquel que triun­fó en esa cruz y de­fi­nir­lo exac­ta­men­te co­mo nues­tro Crea­dor lo pro­ve­yó pa­ra no­so­tros, y en de­fi­ni­ti­va, el por­qué Él me­re­ce to­da nues­tra úni­ca y ab­so­lu­ta de­vo­ción, amor, ter­nu­ra, tiem­po, alien­to, de­dos, ma­nos, pier­nas, la­bios, len­gua que se mue­van por Él, y so­lo por Él, so­lo pa­ra Él, só­lo en y ha­cia Él. En fin, com­pren­der con to­da cla­ri­dad quién es Je­sús de Na­za­ret, nues­tro único Se­ñor y Sal­va­dor. ...Y apren­da­mos a re­co­no­cer­lo co­mo tal.


"Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos". -Hechos 4.12 ]


-Tomado del libro de mi testimonio "Estaría perdido sin ti", tema: "Reconocimiento", páginas 13 a 15. Álvaro Rojas


(1) Este poema se los pasaré en una próxima entrega.





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-Alvaro

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