Los motivos del lobo

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07/10/10 12:31



El varón que tiene corazón de lis,
alma de querube, lengua celestial,

el mínimo y dulce Francisco de Asís,

está con un rudo y torvo animal,

bestia temerosa, de sangre y de robo,

las fauces de furia, los ojos de mal:

¡el lobo de Gubbio, el terrible lobo!

Rabioso, ha asolado los alrededores;

cruel, ha deshecho todos los rebaños;

devoró corderos, devoró pastores,

y son incontables sus muertos y daños.
Fuertes cazadores armados de hierros

fueron destrozados. Los duros colmillos

dieron cuenta de los más bravos perros,

como de cabritos y de corderillos.

Francisco salió:

al lobo buscó

en su madriguera.


Cerca de la cueva encontró a la fiera

enorme, que al verle se lanzó feroz

contra él. Francisco, con su dulce voz,

alzando la mano
al lobo furioso dijo: "¡Paz, hermano

lobo!" El animal

contempló al varón de tosco sayal;

dejó su aire arisco,

cerró las abiertas fauces agresivas,

y dijo: "!Está bien, hermano Francisco!"

"¡Cómo! exclamó el santo. ¿Es ley que tú vivas

de horror y de muerte?

¿La sangre que vierte

tu hocico diabólico, el duelo y espanto

que esparces, el llanto

de los campesinos, el grito, el dolor

de tanta criatura de Nuestro Señor,

no han de contener tu encono infernal?

¿Vienes del infierno?

¿Te ha infundido acaso su rencor
eterno
Luzbel o Belial?"

Y el gran lobo, humilde: "¡Es duro el invierno,

y es horrible el hambre! En el bosque helado

no hallé qué comer; y busqué el ganado,

y en veces comí ganado y pastor.

¿La sangre? Yo vi más de un cazador

sobre su caballo, llevando el azor

al puño; o correr tras el jabalí,

el oso o el ciervo; y a más de uno vi

mancharse de sangre, herir, torturar,

de las roncas trompas al sordo clamor
a los animales de Nuestro Señor.

¡Y no era por hambre, que iban a cazar!"

Francisco responde: "En el hombre existe

mala levadura.

Cuando nace, viene con pecado. Es triste.

Mas el alma simple de la bestia es pura.

Tú vas a tener
desde hoy qué comer.

Dejarás en paz

rebaños y gente en este país.

¡Que Dios melifique tu ser montaraz!"
"Esta bien, hermano Francisco de Asís."

"Ante el Señor, que toda ata y desata,

en fe de promesa tiéndeme la pata."

El lobo tendió la pata al hermano

de Asís, que a su vez le alargó la mano.

Fueron a la aldea. La gente veía

y lo que miraba casi no creía.

Tras el religioso iba el lobo fiero
y, baja la testa, quieto le seguía

como un can de casa, o como un cordero.
Francisco llamó la gente a la plaza

y allí predicó.

Y dijo: "He aquí una amable caza.

El hermano lobo se viene conmigo;

me juró no ser ya vuestro enemigo

y no repetir su ataque sangriento.

Vosotros, en cambio, daréis su alimento

a la pobre bestia de Dios." "¡Así sea!",

Contestó la gente toda de la aldea.

Y luego, en señal

de contentamiento,

movió la testa y cola el buen animal,

y entró con Francisco de Asís al convento.

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo

en el santo asilo.

Sus bastas orejas los salmos oían

y los claros ojos se le humedecían.

Aprendió mil gracias y hacía mil juegos

cuando a la cocina iba con los legos.

Y cuando Francisco su oración hacía

el lobo las pobres sandalias lamía.
Salía a la calle,

iba por el monte, descendía al valle,

entraba a las casas y le daban algo

de comer. Mirábanle como a un manso galgo.

Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo

dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo
desapareció, tornó a la montaña,
y recomenzaron su aullido y su saña.
Otra vez sintióse el temor, la alarma,

entre los vecinos y entre los pastores;

colmaba el espanto en los alrededores,

de nada servían el valor y el arma,

pues la bestia fiera

no dio treguas a su furor jamás,

como si tuviera

fuegos de Moloch y de Satanás.

Cuando volvió al pueblo el divino santo
todos los buscaron con quejas y llanto,

y con mil querellas dieron testimonio

de lo que sufrían y perdían tanto

por aquel infame lobo del demonio.

Francisco de Asís se puso severo.

Se fue a la montaña

a buscar al falso lobo carnicero.

Y junto a su cueva halló a la alimaña.
"En nombre del Padre del sacro universo,

conjúrote dijo, ¡oh lobo perverso!,

a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal?

Contesta. Te escucho."

Como en sorda lucha, habló el animal,

la boca espumosa y el ojo fatal:
"Hermano Francisco, no te acerques mucho...

Yo estaba tranquilo allá en el convento;

al pueblo salía,

y si algo me daban estaba contento

y manso comía.

Mas empecé a ver que en todas las casas

estaban la Envidia, la Saña, la Ira,

y en todos los rostros ardían las brasas

de odio, de lujuria, de infamia y mentira.

Hermanos a hermanos hacían la guerra,

perdían los débiles, ganaban los malos,

hembra y macho eran como perro y perra,

y un buen día todos me dieron de palos.
Me vieron humilde, lamía las manos

y los pies. Seguía tus sagradas leyes,

todas las criaturas eran mis hermanos:

los hermanos hombres, los hermanos bueyes,
hermanas estrellas y hermanos gusanos.
Y así, me apalearon y me echaron fuera.

Y su risa fue como un agua hirviente

y entre mis entrañas revivió la fiera,

y me sentí lobo malo de repente;

mas siempre mejor que esa mala gente.

Y recomencé a luchar aquí,

a me defender y a me alimentar.

Como el oso hace, como el jabalí,

que para vivir tienen que matar.

Déjame en el monte, déjame en el risco,

déjame existir en mi libertad,

vete a tu convento, hermano Francisco,

sigue tu camino y tu santidad."

El santo de Asís no le dijo nada.

Le miró con una profunda mirada

y partió con lágrimas y con desconsuelos,

y habló al Dios eterno con su corazón.

El viento del bosque llevó su oración
que era: "Padre nuestro, que estás en los cielos..."


-Rubén Darío (Félix Rubén García Sarmiento)
Poeta nicaragüense, Metapa (1867) - León (1916)





Aunque según su fe de bautismo el primer apellido de Rubén era García, la familia paterna era conocida desde generaciones por el apellido Darío. El propio Rubén lo explica en su autobiografía:

Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña población conocíale todo el mundo por don Darío; a sus hijos e hijas, por los Daríos, las Daríos. Fue así desapareciendo el primer apellido, a punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, convertido en patronímico, llegó a adquirir valor legal; pues mi padre, que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de Manuel Darío [...]

Lector precoz (según su propio testimonio aprendió a leer a los tres años), pronto empezó también a escribir sus primeros versos: se conserva un soneto escrito por él en 1879, y publicó por primera vez en un periódico poco después de cumplir los trece años: se trata de la elegía Una lágrima, que apareció en el diario El Termómetro, de la ciudad de Rivas, el 26 de julio de 1880. Poco después colaboró también en El Ensayo, revista literaria de León, y alcanzó fama como "poeta niño". En estos primeros versos, según Teodosio Fernández sus influencias predominantes eran los poetas españoles de la época Zorrilla, Campoamor, Núñez de Arce y Ventura de la Vega. Más adelante, sin embargo, se interesó mucho por la obra de Víctor Hugo, que tendría una influencia determinante en su labor poética. Sus obras de esta época muestran también la impronta del pensamiento liberal, hostil a la excesiva influencia de la Iglesia católica, como es el caso su composición El jesuita, de 1881. En cuanto a su actitud política, su influencia más destacada fue el ecuatoriano Juan Montalvo, a quien imitó deliberadamente en sus primeros artículos periodísticos. Ya en esta época (contaba catorce años) proyectó publicar un primer libro, Poesías y artículos en prosa, que no vería la luz hasta el cincuentenario de su muerte. Poseía una superdotada memoria, gozaba de una creatividad y retentiva genial, y era invitado con frecuencia a recitar poesía en reuniones sociales y actos públicos.


A propósito de las corridas de toros que, gracias a Dios, esperamos se acaben de una vez por todas dada la crueldad con que los matan so pretexto de ser solo una "diversión" y "espectáculo", la Palabra es clara al enseñarnos a no aprovecharnos de sus instintos, ni tratarlos mal si bien están para nuestro beneficio en muchas formas.






………………………………….La Biblia dice:……………………………………
"No cocerás el cabrito en la leche de su madre." -Ex. 23:19


Los animales nos dan su carne, su leche o huevos, su piel o su vellocino o su crin o su lana, según la especie. Si un toro nos da su carne eso no es pretexto para sacrificarlos de modo despiadado y con tanta maldad y saña, aún los corderos que han sido sacrificados en la historia del pueblo de Israel eran desangrados con un corte limpio de manera que morían rápidamente, de igual modo, si tomamos al pie de la letra el versículo "no podemos ni debemos ser tan crueles preparando un cabrito que sacrifiquemos y lo cocinemos en un caldo con la leche de su propia madre", no debemos ser "malvados" aprovechando la misma leche que con tanto amor le dio su crecimiento y cuidados para luego preparar su carne en la cocina con la misma fuente que le dio su vida.

Todos los animales le fueron dados al hombre para que los cuidase, pero nunca para que se aprovechara mal de ellos:

"Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra". 
-Gen. 1.27-28


"No cocerás el cabrito en la leche de su madre." ...


No nos permitamos el lujo de ser crueles con ellos.





-Alvaro 




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