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13/04/09 07:37
Por: Carlos Rey
Lunes 11 de abril
de 2.009
Era la reunión del domingo por la noche en una
iglesia cristiana evangélica. Después que cantaron, el pastor se dirigió a la
congregación y presentó al orador invitado. Se trataba de uno de sus amigos de
la infancia, ya entrado en años. Mientras todos lo seguían con la mirada, el
anciano ocupó el púlpito y comenzó a contar esta historia:
«Un hombre junto con su hijo y un amigo de su
hijo estaban navegando en un velero a lo largo de la costa del Pacífico cuando
una tormenta les impidió volver a tierra firme. Las olas se encresparon a tal
grado que el padre, a pesar de ser un marinero de experiencia, no pudo mantener
a flote la embarcación, y las aguas del océano arrastraron a los tres.»
Al decir esto, el anciano se detuvo un momento y
miró fijamente a dos adolescentes que, por primera vez desde que comenzó la
reunión, estaban mostrando interés. Y siguió narrando:
«El padre logró agarrar una soga, pero luego tuvo
que tomar la decisión más terrible de su vida: escoger a cuál de los dos
muchachos tirarle el otro extremo de la soga. Tuvo sólo escasos segundos para
decidirse. El padre sabía que su hijo era seguidor de Cristo, y también sabía
que el amigo de su hijo no lo era. La agonía de su decisión era mucho mayor que
los embates de las olas.
»Miró en dirección a su hijo y le gritó: “¡Te
quiero, hijo mío!”, y le tiró la soga al amigo de su hijo. En el tiempo que le
tomó halar al amigo hasta el velero volcado en campana, su hijo desapareció
bajo los fuertes oleajes en la oscuridad de la noche. Jamás lograron encontrar
su cuerpo.»
Los dos adolescentes estaban escuchando con suma
atención, atentos a las próximas palabras que pronunciara el orador invitado.
«El padre —continuó el anciano— sabía que su hijo
pasaría a la eternidad con Cristo, y no podía soportar el hecho de que el amigo
de su hijo no estuviera preparado para encontrarse con Dios. Por eso sacrificó
a su hijo. ¡Cuán grande es el amor de Dios que lo impulsó a hacer lo mismo por
nosotros!»
Dicho esto, el anciano volvió a sentarse, y hubo
un tenso silencio.
Pocos minutos después de concluida la reunión,
los dos adolescentes se acercaron al anciano. Uno de ellos le dijo cortésmente:
—Esa fue una historia muy bonita, pero a mí me
cuesta trabajo creer que ese padre haya sacrificado la vida de su hijo con la
ilusión de que el otro muchacho algún día decidiera seguir a Cristo.
—Tienes toda la razón —le contestó el anciano
mientras miraba su Biblia, gastada por el uso.
Y, sonriendo, miró fijamente a los dos jóvenes y
les dijo:
—Pero esa historia me ayuda a comprender lo
difícil que debió haber sido para Dios entregar a su Hijo por mí. A mí también
me costaría trabajo creerlo si no fuera porque el amigo de ese hijo era yo.
-Tomado de: www.conciencia.net (Con el Hermano Pablo y Carlitos Rey)
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