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20/10/08 15:09
Para esa mañana, Napoleón Bonaparte había juntado
34 naves en la Flota Combinada española-francesa para enfrentar a Inglaterra
con una invasión, a través del Canal de La Mancha, con 90.000 efectivos desde
Boulogne. Las naves protegerían las andanadas de este ataque sobre suelo
inglés.
Con su brazo derecho amputado por encima del
hombro y un ojo ciego, heridas de guerra que le ganaron el respeto de sus
tropas, el comandante Horatio Nelson enfrentaría a su adversario a quien
consideraba como Stalin o Hitler en nuestra época. Contra todos los enemigos de
su patria “aniquilar” era su palabra favorita y la volvió a usar seguramente
mientras caminaba por la proa dando las últimas indicaciones a sus hombres,
mientras su barco, el Victory, iba directo hacia el Becentaure donde estaba
Villeneuve, un almirante francés a quien había derrotado y perseguido en otras
batallas anteriores, y a quien tenía en la mira otra vez.
Cuando pasaba detrás del Becentaure abrió fuego
con todo lo que era el arma más poderosa y temible de la época: la carronada,
dos cañones de 30 kilogramos en el castillo de proa; disparó a bocajarro sus
balas redondas y un bote de metralla de 500 balas de mosquete directamente
sobre las ventanas del camarote de Villeneuve y voló la proa del navío. Al
terminar de pasar el Victory cada cañón disparó dos veces y cada artillero
británico disparó dos y hasta tres veces por cada disparo de los franceses,
dejando una estela de destrucción absoluta sobre todo el Becentaure: la cuarta
parte de la tripulación había muerto o estaban incapacitados, todo estaba
destruido y astillado. Los víctores no se hicieron esperar en el barco
británico pero, antes que pudiesen seguir, un choque directo con el, quizá,
barco mejor equipado de la Flota Combinada enemiga: el Redoutable, y el único
capitán que se había preparado en verdad para esa batalla: Jean-Jaques-Etienne
Lucas, callaron cualquier festejo posible.
Lucas había preparado a sus hombres para el
abordaje sabiendo que no podrían ganar de otra manera a un navío tan bien
equipado en cañones como el Victory de Nelson. Cuando las anclas de abordaje lo
inmovilizaron Lucas hizo uso de su arma secreta: un conjunto de hombres bien
entrenados, apostados y protegidos en la cofa de los palos que abrieron fuego
hacia abajo, contra todos los que se hallaban en el castillo de proa del
Victory. A la 1:15 p.m. una de esas balas alcanzó a Nelson por el hombro,
perforó su pulmón izquierdo, destrozándole dos costillas y cortando la arteria
pulmonar antes de alojarse en la espina. Nelson cayó sobre cubierta en el mismo
sitio en donde antes habían matado a su secretario John Scott.
En la última “grandiosa” batalla de barcos de
vela, Nelson pasó horas agonizantes bajo la cubierta del Victory antes de
exhalar su último aliento. Cuando murió, la flota británica había capturado,
hundido o alejado a una de las flotas de navíos de línea más poderosas que
jamás hubieran zurcado el océano hasta entonces. Su cuerpo fue llevado a casa
en un barril de brandy en el camarote principal del Victory, y su funeral en la
catedral de San Pablo fue uno de los más grandiosos de la historia británica.
(Actualmente el Victory se halla estacionado en
dique seco, en Portsmounth, desde 1922, recibiendo a 400 mil visitantes al año,
y aún está comisionado como barco de guerra con su capitán y su tripulación.)
Poco después de esa batalla, un hombre,
responsable de esa pérdida, se encerró en su habitación en un hotel de Rennes,
en Bretaña, y después de almorzar pollo con espárragos acompañado con una
botella de Médoc, se apuñaló en el corazón con un cuchillo de mesa: en total
contraste con el Almirante Horatio Nelson así acabó Villeneuve su propia
BATALLA DE TRAFALGAR.
………………………………….La Biblia dice:……………………………………
“Entonces tomó Saúl su propia espada y se echó sobre ella. Y viendo su escudero a Saúl muerto, él también se echó sobre su espada, y murió con él”. – 1Samuel 31.4b-5
“…diciendo (Judas): Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó”. – Mateo 27.4-5
La muerte es el postrer enemigo que ha de ser
vencido según nos lo aclara las Santas Escrituras, sin embargo, no es en
realidad de quien tenemos que ocuparnos como cristianos. Jesús nunca nos llamó
a ocuparnos de ella: ¡solo él lo hizo!
En cada ocasión que pudo, en cada sermón entre
sus discípulos, conforme el tiempo de su crucifixión se iba acercando, a la
misma medida en que abría el entendimiento o lo cerraba entre aquellos que
buscaron la verdad en él, llámese “el centurión del siervo agonizante”, “la
mujer sirofenicia”, aquella “del flujo de sangre”, el “joven rico”, o acaso
alguien con nombre detallado: Nicodemo, Martha o María, Mateo, o el mismo
Pedro; conforme iba dándose a conocer también fue dando cuenta clara que solo
él se ocuparía del problema de la muerte. Nadie más lo haría. Para eso fue
enviado por Dios Padre a la tierra. Probaría el néctar que este “sembrador” le
daría a beber, llevaría su oscuro manto de olvido y lo cambiaría por el rojo de
la consumación, rojo de su sangre con el que hasta siempre acallaría cualquier
otro desesperanzado grito del hombre.
Jesús hundió la muerte en su propio vaho con el
poder de su espada desenvainada, aquella palabra que nos ha sido entregada: las
escrituras.
Nosotros no tenemos que ocuparnos de ella, antes
bien, preocupémonos de la vida como dignos hijos del Dios de Abraham, de Isaac
y de Jacob , Dios de vivos y no de muertos; dejémosla pasar y sigamos adelante,
seamos los que “sufrimos penalidades como buenos soldados de Jesucristo”,
“acabemos la carrera y la buena batalla de la fe” como nos lo declara el
apostol Pablo en sus cartas. Y no dejemos que nuestra esperanza sea cortada
entre las preocupaciones y las vanidades que el mundo nos pueda ofrecer.
En la historia que he contado hay un claro
contraste entre Villeneuve y Nelson: un hombre bien pequeño y bien delgado,
pero valiente, que busca defender aún a costa de sí mismo su amada patria
frente a otro que solo aprendió a valorar glorias y triunfos y conquistas por
medio de sangre, dolor y muerte y con las que fue hundiéndose en la profunda
cuenca de su propia “nada”.
En la Biblia tenemos dos ejemplos similares:
Saúl, elegido y ungido por Samuel en mandato directo de Dios como el primer rey
de Israel , y Judas, quien acompañó durante su tiempo de enseñanzas a nuestro
Señor y Salvador Jesucristo. Ambos, a pesar de la grandiosa experiencia de una
vida bendecida, perdieron el rumbo y se extraviaron en la eternidad pudiendo
haberse salvado pues mas pudo la maldad que ya corrohía sus corazones que la
obediencia plena, perfecta, humilde y grata que nuestro Señor demanda en cada
uno de nosotros continuamente. Amado (a), es mi deseo que no te pierdas en el
camino y que tu vida sea perfecta a fin de alcanzar la plenitud en Cristo, y
con él, la vida eterna en el profundo amor en el cual desde siempre Dios nos ha
tenido y nos anhela.
Recuerda siempre su promesa:
“El que venciere no sufrirá daño de la segunda
muerte”. Apocalipsis 2-11b
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