21 de octubre de 1805


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Para esa mañana, Napoleón Bonaparte había juntado 34 naves en la Flota Combinada española-francesa para enfrentar a Inglaterra con una invasión, a través del Canal de La Mancha, con 90.000 efectivos desde Boulogne. Las naves protegerían las andanadas de este ataque sobre suelo inglés.


Con su brazo derecho amputado por encima del hombro y un ojo ciego, heridas de guerra que le ganaron el respeto de sus tropas, el comandante Horatio Nelson enfrentaría a su adversario a quien consideraba como Stalin o Hitler en nuestra época. Contra todos los enemigos de su patria “aniquilar” era su palabra favorita y la volvió a usar seguramente mientras caminaba por la proa dando las últimas indicaciones a sus hombres, mientras su barco, el Victory, iba directo hacia el Becentaure donde estaba Villeneuve, un almirante francés a quien había derrotado y perseguido en otras batallas anteriores, y a quien tenía en la mira otra vez.


Cuando pasaba detrás del Becentaure abrió fuego con todo lo que era el arma más poderosa y temible de la época: la carronada, dos cañones de 30 kilogramos en el castillo de proa; disparó a bocajarro sus balas redondas y un bote de metralla de 500 balas de mosquete directamente sobre las ventanas del camarote de Villeneuve y voló la proa del navío. Al terminar de pasar el Victory cada cañón disparó dos veces y cada artillero británico disparó dos y hasta tres veces por cada disparo de los franceses, dejando una estela de destrucción absoluta sobre todo el Becentaure: la cuarta parte de la tripulación había muerto o estaban incapacitados, todo estaba destruido y astillado. Los víctores no se hicieron esperar en el barco británico pero, antes que pudiesen seguir, un choque directo con el, quizá, barco mejor equipado de la Flota Combinada enemiga: el Redoutable, y el único capitán que se había preparado en verdad para esa batalla: Jean-Jaques-Etienne Lucas, callaron cualquier festejo posible.


Lucas había preparado a sus hombres para el abordaje sabiendo que no podrían ganar de otra manera a un navío tan bien equipado en cañones como el Victory de Nelson. Cuando las anclas de abordaje lo inmovilizaron Lucas hizo uso de su arma secreta: un conjunto de hombres bien entrenados, apostados y protegidos en la cofa de los palos que abrieron fuego hacia abajo, contra todos los que se hallaban en el castillo de proa del Victory. A la 1:15 p.m. una de esas balas alcanzó a Nelson por el hombro, perforó su pulmón izquierdo, destrozándole dos costillas y cortando la arteria pulmonar antes de alojarse en la espina. Nelson cayó sobre cubierta en el mismo sitio en donde antes habían matado a su secretario John Scott.


En la última “grandiosa” batalla de barcos de vela, Nelson pasó horas agonizantes bajo la cubierta del Victory antes de exhalar su último aliento. Cuando murió, la flota británica había capturado, hundido o alejado a una de las flotas de navíos de línea más poderosas que jamás hubieran zurcado el océano hasta entonces. Su cuerpo fue llevado a casa en un barril de brandy en el camarote principal del Victory, y su funeral en la catedral de San Pablo fue uno de los más grandiosos de la historia británica.


(Actualmente el Victory se halla estacionado en dique seco, en Portsmounth, desde 1922, recibiendo a 400 mil visitantes al año, y aún está comisionado como barco de guerra con su capitán y su tripulación.) 


Poco después de esa batalla, un hombre, responsable de esa pérdida, se encerró en su habitación en un hotel de Rennes, en Bretaña, y después de almorzar pollo con espárragos acompañado con una botella de Médoc, se apuñaló en el corazón con un cuchillo de mesa: en total contraste con el Almirante Horatio Nelson así acabó Villeneuve su propia BATALLA DE TRAFALGAR.



………………………………….La Biblia dice:……………………………………

“Entonces tomó Saúl su propia espada y se echó sobre ella. Y viendo su escudero a Saúl muerto, él también se echó sobre su espada, y murió con él”. – 1Samuel 31.4b-5

“…diciendo (Judas): Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú! Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó”. – Mateo 27.4-5






La muerte es el postrer enemigo que ha de ser vencido según nos lo aclara las Santas Escrituras, sin embargo, no es en realidad de quien tenemos que ocuparnos como cristianos. Jesús nunca nos llamó a ocuparnos de ella: ¡solo él lo hizo!


En cada ocasión que pudo, en cada sermón entre sus discípulos, conforme el tiempo de su crucifixión se iba acercando, a la misma medida en que abría el entendimiento o lo cerraba entre aquellos que buscaron la verdad en él, llámese “el centurión del siervo agonizante”, “la mujer sirofenicia”, aquella “del flujo de sangre”, el “joven rico”, o acaso alguien con nombre detallado: Nicodemo, Martha o María, Mateo, o el mismo Pedro; conforme iba dándose a conocer también fue dando cuenta clara que solo él se ocuparía del problema de la muerte. Nadie más lo haría. Para eso fue enviado por Dios Padre a la tierra. Probaría el néctar que este “sembrador” le daría a beber, llevaría su oscuro manto de olvido y lo cambiaría por el rojo de la consumación, rojo de su sangre con el que hasta siempre acallaría cualquier otro desesperanzado grito del hombre.


Jesús hundió la muerte en su propio vaho con el poder de su espada desenvainada, aquella palabra que nos ha sido entregada: las escrituras.


Nosotros no tenemos que ocuparnos de ella, antes bien, preocupémonos de la vida como dignos hijos del Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob , Dios de vivos y no de muertos; dejémosla pasar y sigamos adelante, seamos los que “sufrimos penalidades como buenos soldados de Jesucristo”, “acabemos la carrera y la buena batalla de la fe” como nos lo declara el apostol Pablo en sus cartas. Y no dejemos que nuestra esperanza sea cortada entre las preocupaciones y las vanidades que el mundo nos pueda ofrecer.


En la historia que he contado hay un claro contraste entre Villeneuve y Nelson: un hombre bien pequeño y bien delgado, pero valiente, que busca defender aún a costa de sí mismo su amada patria frente a otro que solo aprendió a valorar glorias y triunfos y conquistas por medio de sangre, dolor y muerte y con las que fue hundiéndose en la profunda cuenca de su propia “nada”.


En la Biblia tenemos dos ejemplos similares: Saúl, elegido y ungido por Samuel en mandato directo de Dios como el primer rey de Israel , y Judas, quien acompañó durante su tiempo de enseñanzas a nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Ambos, a pesar de la grandiosa experiencia de una vida bendecida, perdieron el rumbo y se extraviaron en la eternidad pudiendo haberse salvado pues mas pudo la maldad que ya corrohía sus corazones que la obediencia plena, perfecta, humilde y grata que nuestro Señor demanda en cada uno de nosotros continuamente. Amado (a), es mi deseo que no te pierdas en el camino y que tu vida sea perfecta a fin de alcanzar la plenitud en Cristo, y con él, la vida eterna en el profundo amor en el cual desde siempre Dios nos ha tenido y nos anhela.


Recuerda siempre su promesa:

“El que venciere no sufrirá daño de la segunda muerte”. Apocalipsis 2-11b




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