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23/11/08 12:07
(...)
Pero la primavera no llegó, y el verano tampoco.
El otoño dio dorados frutos a todos los jardines, pero al jardín del gigante no
le dio ninguno.
-Es demasiado egoísta- se dijo.
Así pues, siempre era invierno en casa del
gigante, y el Viento del Norte, el Hielo, el Granizo y la Nieve danzaban entre
los árboles.
Una mañana el gigante yacía despierto en su cama,
cuando oyó una música deliciosa. Sonaba tan dulcemente en sus oídos que creyó
sería el rey de los músicos que pasaba por allí. En realidad solo era un
jilguerillo que cantaba ante su ventana, pero hacía tanto tiempo que no oía
cantar un pájaro en su jardín, que le pareció la música más bella del mundo.
Entonces el Granizo dejó de bailar sobre su cabeza, el Viento del Norte dejó de
rugir, y un delicado perfume llegó hasta él, a través de la ventana abierta.
-Creo que, por fin, ha llegado la primavera- dijo
el gigante; y saltando de la cama miró el exterior. ¿Qué es lo que vio?
Vio un espectáculo maravilloso. Por una brecha
abierta en el muro los niños habían penetrado en el jardín, habían subido a los
árboles y estaban sentados en sus ramas. En todos los árboles que estaban al
alcance de su vista, había un niño. Y los árboles se sentían tan dichosos de
volver a tener consigo a los niños, que se habían cubierto de capullos y
agitaban suavemente sus brazos sobre las cabezas de los pequeños.
Los pájaros revoloteaban y parloteaban con
deleite, y las flores reían irguiendo sus cabezas sobre el césped. Era una
escena encantadora. Sólo en un rincón continuaba siendo invierno. Era el rincón
más apartado del jardín, y allí se encontraba un niño muy pequeño. Tan pequeño
era, no podía alcanzar las ramas del árbol, y daba vueltas a su alrededor
llorando amargamente. El pobre árbol seguía aún cubierto de hielo y nieve, y el
Viento del Norte soplaba y rugía en torno a él.
-¡Sube, pequeño!- decía el árbol, y le tendía sus
ramas tan bajo como podía; pero el niño era demasiado pequeño. El corazón del
gigante se enterneció al contemplar ese espectáculo.
-¡Qué egoísta he sido- se dijo. -Ahora comprendo
por qué la primavera no ha venido hasta aquí. Voy a colocar al pobre pequeño
sobre la copa del árbol, derribaré el muro y mi jardín será el parque de recreo
de los niños para siempre.
Estaba verdaderamente apenado por lo que había
hecho.
Se precipitó escaleras abajo, abrió la puerta
principal con toda suavidad y salió al jardín.
Pero los niños quedaron tan asustados cuando lo
vieron, que huyeron corriendo, y en el jardín volvió a ser invierno.
Sólo el niño pequeño no corrió, pues sus ojos
estaban tan llenos de lágrimas, que no vio acercarse al gigante. Y el gigante
se deslizó por su espalda, lo cogió cariñosamente en su mano y lo colocó sobre
el árbol. El árbol floreció inmediatamente, los pájaros fueron a cantar en él,
y el niño extendió sus bracitos, rodeó con ellos el cuello del gigante y le
besó.
Cuando los otros niños vieron que el gigante ya
no era malo, volvieron corriendo y la primavera volvió con ellos.
-Desde ahora, este es vuestro jardín, queridos
niños- dijo el gigante, y cogiendo una gran hacha derribó el muro. Y cuando al
mediodía pasó la gente, yendo al mercado, encontraron al gigante jugando con
los niños en el más hermoso de los jardines que jamás habían visto.
Durante todo el día estuvieron jugando y al
atardecer fueron a despedirse del gigante.
-Pero, ¿dónde está vuestro pequeño compañero, el
niño que subí al árbol?- preguntó.
El gigante era a este al que más quería, porque
lo había besado.
-No sabemos contestaron los niños- se ha
marchado.
-Debéis decirle que venga mañana sin falta- dijo
el gigante.
Pero los niños dijeron que no sabían donde vivía
y nunca antes lo habían visto. El gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes, cuando terminaba la escuela,
los niños iban y jugaban con el gigante. Pero al niño pequeño, que tanto quería
el gigante, no se le volvió a ver. El gigante era muy bondadoso con todos los
niños pero echaba de menos a su primer amiguito y a menudo hablaba de él.
-¡Cuánto me gustaría verlo!- solía decir.
Los años transcurrieron y el gigante envejeció
mucho y cada vez estaba más débil. Ya no podía tomar parte en los juegos;
sentado en un gran sillón veía jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas- decía, pero los
niños son las flores más bellas.
Una mañana invernal miró por la ventana, mientras
se estaba vistiendo. Ya no detestaba el invierno, pues sabía que no es sino la
primavera adormecida y el reposo de las flores.
De pronto se frotó los ojos atónito y miró y
remiró. Verdaderamente era una visión maravillosa. En el más alejado rincón del
jardín había un árbol completamente cubierto de hermosos capullos blancos. Sus
ramas eran doradas, frutos de plata colgaban de ellas y debajo, de pie, estaba
el pequeño al que tanto quiso.
El gigante corrió escaleras abajo con gran
alegría y salió al jardín. Corrió precipitadamente por el césped y llegó cerca
del niño. Cuando estuvo junto a él, su cara enrojeció de cólera y exclamó:
- ¿Quién se atrevió a herirte?- Pues en las
palmas de sus manos se veían las señales de dos clavos, y las mismas señales se
veían en los piececitos.
-¿Quién se ha atrevido a herirte?- gritó el
gigante. -Dímelo para que pueda coger mi espada y matarle.
-No- replicó el niño, pues estas son las heridas
del amor.
-¿Quién eres?- dijo el gigante; y un extraño
temor lo invadió, haciéndole caer de rodillas ante el pequeño.
Y el niño sonrió al gigante y le dijo:
-Una vez me dejaste jugar en tu jardín, hoy vendrás
conmigo a mi jardín, que es el Paraíso.
Y cuando llegaron los niños aquella tarde,
encontraron al gigante tendido, muerto, bajo el árbol, todo cubierto de
capullos blancos.
-Oscar
Wilde
………………………………….La Biblia dice:……………………………………
Y si un hermano o una hermana están desnudos, y
tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice:
Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias
para el cuerpo, ¿de qué aprovecha? Así también la fe, si no tiene obras, es
muerta en sí misma. -Stg. 2.15-17
No practiques un cristianismo “pedigüeño” por el
cual solo pides y pides y pides, mas no sabes ofrecer nada a quien se halle en
necesidad material o espiritual. Quien hace eso, en realidad está defraudando
su propia alma pues no hay tal cosa como una actitud de egoismo en Cristo; por
ejemplo, en cierta ocasión en una iglesia de las que predican la properidad
económica sobre todo lo demás, y como adivinando un profundo sentimiento de
soledad que me embargaba en esos días, una maestra de la Escuela de Líderes
dijo que si alguien está o se siente muy solo el hecho de tener a Cristo es
suficiente para sostenerlo y reconfortarlo, pues también ya le ha de dar la
persona adecuada para que lo acompañe en esta vida; pero, la pregunta me quedó
grabada enseguida y es esta: ¿qué hacen, como iglesia, para ayudar a personas
que se encuentran muy solas y necesitan no solo compañerismo, sino también
comprensión, ayuda (pues la buscan ansiosamente), apoyo y confianza como miembros
de una congregación y una comunidad? Lo que me molestó en verdad fue esa
actitud de tener todas las respuestas, soltártela en la cara y dejar que con
ello uno deje de sentirse tan mal, por no tener a alguien en especial a quien
poder buscar y que llene todas las espectativas de lo profundo de nuestro
corazón. Y muchos actúan así, sin hacer nada por quienes se hallan en mucha
necesidad: la soledad, la viudez, el abandono, la orfandad, la escasez, la
falta de empleo, e incluso de un sencillo abrazo diario deben también ser
prioridad en la obra de una iglesia digna y que busque dignificar a todos sus
miembros, sin rebajarlos a simples mendigos que siempre tengan necesidad de que
alguien haga algo por ellos, sino antes bien, elevar su autoestima y su nivel
de vida a una vida honrosa y digna en el Señor. Ayudando y reconfortando hasta
que cada cual pueda, como un niño que aprende a caminar, sostenerse entonces
por sus propios pies.
Debemos entender que mucha gente allá afuera se
suicida por una vida en soledad o en abandono, muchos no tienen no solo
esperanza sino tampoco las promesas de un Dios que han rechazado o que no
conocen; una actitud de lavarse las manos ante la necesidad ajena no es para
nada cristiana y aún peor bíblica. Hace años lo que mas necesitaba era
compañerismo y amistad en esa iglesia, pero lo unico que lograron conmigo es
que ya no volviera, del mismo modo en que a una chica le hicieron sentir muy
mal a la entrada de un templo, en un cierto pueblito de E.E.U.U. (donde todos
se conocen muy bien), pues muchos sabían que antes se dedicaba a la
prostitución, y algunas mujeres cristianas se pusieron a murmurar mientras ella
entraba por lo que ante esa actitud ya no lo hizo, y no volvió más a esa
congregación (parte de un testimonio en el programa del Club 700: Vida Dura).
Cuando Dios hizo al hombre enseguida se dio
cuenta (no que no lo supiera ni entendiera) que necesitaba compañía, e hizo a
la mujer, y se la trajo al hombre, esta expresion me gusta muchísimo: y se la
trajo… , es decir, se dio el trabajo de completar en su criatura creada todo lo
que le hacía falta para su felicidad y dicha completas; ¿por qué unas personas
solo hacen de la oración y no de la acción propia un camino para solucionar los
problemas mutuos? No que la oración esté mal, pero sí que solo con ella quieran
arreglar las cosas: si se ora por alguien sin empleo llévelo enseguida a hacer
compras y costéeselas usted ya que él o ella no tienen; si se ora por una
esposa o esposo para alguien empiecen también por congregar en reuniones
especiales a aquellos que están solos; si se ora por la salud de un hermano dé
también lo mejor de sus propios recursos a fin de que el Señor no tenga más
remedio que hacer mucho más por el enfermo de lo que ni imaginamos; si el
simple principio de orar dos o más personas asegura que allí en medio esté
nuestro Señor Jesucristo escuchando nuestras necesidades, no harán mucho más
nuestras manos moviéndose también en la tierra junto a las bellas manos de
Dios, las cuales hicieron todas las cosas?...
La próxima ocasión que yo escuche tal comentario
sobre la soledad espero de todo corazón que provenga de una iglesia, sencilla
eso sí, sin nada de pretenciones sino solo el de servir a nuestro Señor
Jesucristo, y que tenga algunos programas que afronten este u otros problemas.
“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo,
para recompensar a cada uno según sea su obra”. –Apo. 22.12
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