El castigo


04

17/10/08 14:55

 

Corrían los años de la escuela, en esos días estaba pasándola de maravilla en el Parque Inglés pues si bien no era tan bonito como lo han adecuado ahora, tenía todos los sitios y escondrijos que un niño puede buscar en la alegría de sus juegos y al salir a explorar.

Jugábamos a la guerra con unas resorteras y unas semillas verdes duras que encontrábamos (en no se qué matas, ya no lo recuerdo) con las que nos propinábamos tremendos moretones en el cuerpo, a no ser que la agilidad fuera de mano con cualquier prudencia eso si era jugar a la guerra, ¡en verdad! Con todo, también solían cazar pajaritos, algo que a mi jamás me agradó.

 

El Parque tiene una buena extensión y antes que fuera el “tal parque” era solo un espacio de matas y árboles de eucalipto, senderillos que cruzaban desde el recién nacido barrio de San Carlos hacia la Avenida de la Prensa, Cotocollao y zonas aledañas. Incluso había partes donde el lecho de los arroyuelos dejaban ese polvillo negro característico de hierro, en el verano; solía coger un poco y amontonármelo en los bolsillos. Contaba con 8 a 9 años de edad entonces.

 

Para el tiempo en que ocurrió lo que quiero contarles, el parque ya era “el tal parque’, la caballeriza que daba al oriente del mismo la habían transformado en canchas y la zona occidental tenía columpios, escaleras chinas y resbaladeras. Colocaron plantas ornamentales que no dudaron mucho tiempo en algunas partes. Encementaron los senderos más necesarios. Los árboles de eucalipto daban sombra por todos lados con sus parasoles de verde antiguo, y de la casa al parque hay poco trecho así que siempre ha sido un buen refugio para el olvido momentáneo de problemas y el descanso.

 

Estaría en tercer grado cuando lo conocí más a fondo, sabía a qué árboles podía trepar y quedarme allí largo rato buscando los sitos escondidos en que los gorriones hacían de modo sutil sus coralinos nidos. Sabía lo que era disfrutar de todo el contenido de mi lonchera subido en las altas ramas acogedoras entre el verde de la mañana y el azul profundo del cielo. El viento de abril y las muchas horas que se iban con suavidad y ternura cuando los días cantaban.

 

Sabía lo que era hacer travesuras y desobedecer a mi madre, el no querer ir a la tienda por causa de mi programa favorito o enojarme por las tareas que no me dejaban ir a jugar con mis amigos de entonces, y también el susto que me llevé al ver desde mi refugio en un árbol del parque la camioneta de mi papi yendo a la escuela, a averiguar por qué “no me habían mandado deberes” durante algunas semanas, algo que yo les contaba a mis padres pues no había ido a clases y opté por quedarme en el parque Inglés, no se ahora ni por qué razón fue. De modo que al llegar de noche mi papi de su trabajo me esperó con un buen castigo por todo lo que había hecho y dejado de hacer. Sacó su correa y ya se pueden imaginar todo el resto.

 

Dejar de ir a la escuela.

Simple. Sencillo. Pasando toda la mañana en el cálido refugio de un parque pareció ser el mejor sentido de pasar la vida sin complicaciones. Si bien no recuerdo, y lo repito, el por que en ese entonces se me fue a ocurrir semejante "idea" si recuerdo que el castigo me sirvió a lo largo de mi vida a afrontar mis propias responsabilidades por más duras que estas fueran. Y de paso, la honradez y honestidad en mis acciones van de la mano como hadas del camino.

 

-Álvaro Rojas

 

 

………………………………….La Biblia dice:……………………………………

“No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues en su corrección; porque Jehová al que ama castiga como el padre al hijo a quien quiere.” Pr. 3.11-12

“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” Pr. 13.24

“…¿qué diremos? ¿Será injusto Dios que da castigo? (Hablo como hombre). En ninguna manera; de otro modo, ¿cómo juzgará Dios al mundo?” Ro. 3.5b-6


 

Un padre o una madre que no castiga a sus hijos y busca su corrección de actitudes, criterios y formas de pensamientos errados moral y éticamente hablando, no ama a sus hijos. El CASTIGO físico no es malo en sí, y me consta, Desde los días en que mi hermana menor (tendría ella unos once o doce añitos) salía de la casa a eso de las diez o doce de la noche a quien sabe dónde, o junto con mi otra hermana y dos de mis primas salían a hurtadillas a las fiestas y los bailes (una, o dos de la mañana), sin pedir permiso ni nada, con ‘enamorados” que nunca conocimos sus vidas han sido lo que se diría “desastrosas”, casadas con hombres que no les son apoyo alguno hasta ahora viven vidas “desenrumbadas”.

 

Esa es la diferencia: a ellas ‘no se las topaba”. Nunca mi papi las reprendió en esos días de todo lo que estaban haciendo y en muchísimos de los casos ni se enteraba, solo ahora que ya han pasado los años hasta mis propias primas le cuentan cómo se quedaban bien vestidas y listas y maquilladas debajo de la cama cuando él iba a verlas que se durmieran, con las luces apagadas, supuestamente para que descansaran y luego, con mucho cuidado, la escalera lista por el lado de afuera, se salían hacia la piedra de lavar y se escapaban. Bien recuerdo las veces que observaba a la silueta de sus vestidos sobre mi ventana en el cuarto de abajo donde dormía con mi hermano. Pero tampoco mi papi me dejaba ni contarle nada de lo que estaban haciendo con eso de que: “no pelees con guaguas”, de modo que nunca supe lo que es sentir celos tampoco por ninguna de ellas como he oído que deben ser los hermanos varones en otras casas. De tal modo acabó siendo todo que cuando “metieron la pata” a mi ya ni me importaba.

 

Con todo, no es aceptable tampoco bajo ningún término el MALTRATO FÍSICO entre los miembros de una familia. Y no estoy diciendo eso pues la Palabra de Dios es cortante con respecto a esto: “maridos, amad a vuestras mujeres…”, “que la mujer respete a su marido…”, “padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos…”. Hay muchos ejemplos de esto y en los siguientes mensajes hablaré de ello.

 

El castigo, en su tiempo, me sirvió y me seguirá sirviendo y eso es ya mucho más invaluable de lo que ya tengo que agradecerle a mi papi. Prueba de ello es que no me perdí en el camino tanto como en su día se fueron extraviando en la vida mis primas y mis hermanos.

 

“El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige.” Pr. 13.24



-