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20/10/08 15:11
(Lo que
dice la esposa)
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Aposté por tu amor y aposté fuerte:
Lo puse todo al rojo de la vida.
En ti creí, creí en mi suerte,
pero hoy ya no se si estoy vencida.
Dímelo tú, mi amor esquivo,
dime, dímelo: ¿valió la pena?
Desde esta penumbra en que vivo
en presente lo diré: valió la pena.
Más allá del tiempo y su condena
aquello que vivimos y gozamos
resplandece con su luz serena.
Como este mar azul que ayer miramos
avanzando tenaz sobre la arena
duró nuestro amor: ¡valió la pena!
-María Doval
Es una verdadera desgracia ver hasta cuanto ha
ascendido el número de divorcios en la sociedad en la que vivimos, cada uno
viviendo por su propio egoísmo destroza a su parecer la raíz de una familia
afincada sobre plata. Esto, pues ya su valor no lo escatiman por demasiado.
La familia estuvo desde siempre en el corazón de
Dios como el medio ideal en el que un niño venga al mundo, sea amado y educado
en sus caminos, y en su juventud acoja en su propio seno igual principio que el
de sus padres. De tal manera habría de darse de generación en generación para
bien de toda la humanidad, mas, en estos tiempos de profunda “modernidad” ese valor
acuñado por siglos ha quedado al mismo o similar valor que al de una simple
cloaca ante los ojos de algunas personas. Recientemente debatían en televisión
sobre este tema: la familia; y poco les faltó para darle el valor tan ínfimo
con el que le comparo en esta carta. Ante sus ojos un hombre y una mujer pueden
simplemente “despedirse” tanto y como si “nada hubiese pasado” en sus vidas,
aún si se trata también de atender el siempre asunto “superfluo” de unas
criaturitas de por medio. Y cualquiera puede hacer el vano intento de declarar
lo que más se declara en estos días: el “tengo derecho a ser feliz” con que
siempre se escudan para llegar a hacer lo que hacen.
Cuánta diferencia con la palabra del Señor que
nos enseña a amarse mutuamente como pareja, a reconocer que hasta los errores y
defectos que poco a poco se van a ir descubriendo, y dar a luz por su propio
peso, en lugar de apartarlos pueden enriquecerlos en el continuo conocimiento
de aquella persona a quien se dice que “se ama”. Hoy los maridos aman más su
trabajo o los deportes y, quizá como consecuencia de ello, ninguna mujer casada
usa el apellido de su esposo con sano orgullo, basta verlo en las tarjetas de
presentación y firmas con que se dan a conocer en nuestro medio:
“Porque Jehová Dios de Israel ha dicho que él
aborrece el repudio (divorcio), y al que cubre de iniquidad su vestido…”
-Malaquías 2.16
En un mensaje anterior señalaba con claridad lo
que ya la Biblia declara, y es que solo “Dios es amor”, ¿lo recuerdas? Ningún
hombre o mujer lo es en sí mismo. Entonces, porqué no pedirle a él quien es LA
FUENTE, ese, aquel, TODO el amor que necesitas entregar a tu esposa, para que
llene tu corazón de tal manera que llegues a amarla genuinamente y sin
avergonzarse de ella? Y qué de la mujer, ¿acaso no lo necesita igualmente para
su esposo?, pedírselo en su oración de las mañanas…
Con todo esto, cuán bendecida puede sentirse la
esposa cuando no tiene de qué avergonzarse en su marido y pueda decir lo que El
Cantar de los Cantares exclama:
“Como el manzano entre los árboles silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté
Y su fruto fue dulce a mi paladar.
Me llevó a la sombra del banquete
Y su bandera sobre mí fue amor.” -Cantares 2.3-4
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